Publicación original el 2 ago 2021 en LJA.MX
Hacer arquitectura en México difícilmente será un proceso que quede libre de la influencia de Luis Barragán, probablemente el mayor exponente de la arquitectura mexicana, o la serie de ideas que se asocian a esta. Justamente, una de las búsquedas de Barragán fue que su arquitectura se sintiese mexicana, parte del territorio en donde se construye y con una relación con el pasado. Justo por esto, muchos lo han considerado como un regionalista crítico, grupo no organizado de arquitectos que se contraponían a las posturas del movimiento moderno (y muchas de las vanguardias artísticas): rompimiento total con el pasado, la devoción a la técnica y la búsqueda de la eficiencia.
Quizá habría que seguir los pasos de otros historiadores y críticos que dividen en dos partes la obra de Barragán, la de Guadalajara y la de Ciudad de México. En Guadalajara encontraremos la obra de un joven Barragán, con muestras de su capacidad sensible pero aún en el inicio de su proceso de maduración como arquitecto. Su búsqueda de lo mexicano podría ser una síntesis de varios elementos, como la obra del paisajista Frances Ferdinand Bac, sus viajes por Europa y el Norte de África y su conocimiento del territorio mexicano (Que quizá podríamos apreciar con el lente de Juan Rulfo). El resultado que encontraremos persigue una imagen, una idea de la casa mexicana adaptada a las tipologías constructivas y a los usos y costumbres de cada familia.
Por su parte, el Barragán de la Ciudad de México es uno mucho más maduro, deja atrás a la búsqueda de una imagen como sucedió en Guadalajara, depura de elementos su obra y explora el potencial poético del espacio como se puede apreciar en La capilla de las capuchinas, en casa Gilardi o en su casa estudio.
A pesar de sus diferencias, podemos encontrar constantes en el trabajo de Barragán. La serenidad es omnipresente y con esto la obra tiende a la introspección. Barragán reacciona a la modernidad, pero no solo con la imagen de lo local y la búsqueda de la continuidad histórica, sino que, con mayor importancia le preocupa el silencio, la belleza y el espíritu humano. El mismo escribe:
Toda arquitectura que no exprese serenidad está equivocada, por eso ha sido un error substituir el abrigo de los muros por la intemperie de los ventanales
A pesar de las grandes virtudes poéticas y sensibles que alcanza su obra, la arquitectura de Barragán va a quedar corta en otros valores. Sus casas aportan poco o nada al espacio público, incluso se vuelve complicado trasladar su pensamiento a otros géneros arquitectónicos más allá del residencial de lujo. Posiblemente una hipotética ciudad donde Barragán hubiera diseñado todas las casas no sería una donde nos agradaría vivir. Sin embargo, como él, hay que ser críticos y aprender de su proceso. Incluso él mismo señala que no solo los jardines privados nos pueden llevar al reposo del cuerpo y el espíritu, pone el ejemplo del Generalife en Granada donde se balancea lo común con lo íntimo.
Valdría la pena revisar la vigencia de las posturas de Barragán, pero seguro algo estamos olvidando. En una época donde el hombre está expuesto a los constantes estímulos de las redes sociales y la mass media, donde la directriz de la arquitectura es la búsqueda de lo instagrameable, los despachos terminan compitiendo con imágenes llamativas en Instagram por unos pocos segundos de atención y likes que legitimen su trabajo. Habría que preguntarnos ¿Dónde queda el espíritu? ¿Hay oportunidad para la reflexión? ¿Por qué le tememos al silencio y a la soledad? fundamentales para el desarrollo personal una prioridad? Barragán maduró a lo largo de su vida, pasó de la imagen al habitar los espacios ¿Podemos decir que aprendimos de su lección? La estandarización del espíritu que le preocupaba observar con el uso de los celulares y la televisión está llegando nuevos niveles con las nuevas tecnologías ¿Qué vamos a hacer los arquitectos al respecto? ¿No debería de ser una prioridad el trabajo en jardines públicos?
Barragán nos invita a ser críticos, algo que siempre será necesario. Hay que reaccionar y al menos los arquitectos debemos de considerar y ponderar estos valores en nuestra obra, para así, poder posibilitar el crecimiento espiritual y por lo tanto humano, en nuestros edificios. Quizá suene idealista la propuesta, pero queda la invitación a visitar alguna de las obras de Barragán y contemplar la belleza, serenidad y silencio, es posible lograrlo, pero solo será posible con un amplio proceso de reflexión y sensibilización personal.
*Cabe mencionar que tuvo gran influencia en esta columna lo debatido en el club de libro de arquitectura del que formo parte, donde leímos conversación con Luis Barragán. Sin la lectura y reflexión compartida no hubiera llegado a las mismas conclusiones.